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martes, 3 de febrero de 2009

El silencio de la desesperación

"Son muy pocas las veces que logran articular una palabra", reconoce Anibal Carrillo, jefe del centro de Salvamento Marítimo de Las Palmas de Gran Canaria. Los inmigrantes que arriban en cayuco a las costas canarias vienen de lejos, con muchos días y noches sometidos a la intemperie de alta mar, y los servicios de rescate sólo les pueden ofrecer los primeros auxilios hasta llegar a puerto. Aunque a veces, como esta pasada madrugada, tres personas ya hubieran perdido la vida antes de ser rescatados.

Carrillo, que lleva 16 años al frente de este centro, explica que lo primero que hacen al localizar una patera, como la que avistaron ayer por la tarde a 60 millas al sur de Gran Canarias, es salir al encuentro de la embarcación para trasbordar a los inmigrantes al buque para mayor seguridad. Luego se les ofrece agua, ropas calientes y alimentos sólidos hasta que llegan a puerto para ser atendidos por Cruz Roja y los Servicios Generales de Salud.

De toda la operación de rescate el momento "más crítico" para Carrillo es el transbordo de los inmigrantes de la patera al buque de salvamento. "No son profesionales del mar. La desesperación y la angustia les lleva a no saber prestar la colaboración necesaria para desarrollar una labor tan delicada", comenta este capitán de la Marina Mercante. La travesía a puerto, reconoce Carrillo, se suele hacer en silencio. "Ellos se encuentran exhaustos, agotados de días y días en alta mar, y no suelen hablar". Alguna vez logran articular alguna palabra para señalar las jornadas que llevan a la deriva o el drama de haberse vistos obligados a tener que deshacerse del cadáver de algún compañero.

Al llegar a puerto son los voluntarios de Cruz Roja los que se hacen cargo de ellos. Esta noche les ha tocado a la unidad de San Bartolomé de Tirajana. Manuel Castellano, coordinador de actividades de este área y voluntario durante los últimos veinte años, dice que lo primero que hacen al pisar suelo es sentir el alivio por haber sobrevivido. "Algunos logran articular un 'ya no voy a morir', después de haber tenido que sufrir lo indecible al tener que deshacerse, a veces, de algún compañero de travesía", afirma Castellano, quien califica su trabajo de "duro" pero "enormemente gratificante por la labor humanitaria".

Suele ser necesario cambiarles de ropa, al sufrir muchos de ellos hipotermia, y se les intenta meter en calor con ayuda de mantas, té, zumos y algo de alimentos. "En estos primeros instantes lo que necesita esta gente, desesperada y con tanto sufrimiento, es cariño. Recibir un abrazo y sentir algo de felicidad", afirma Castellano. ¿Lo más duro? "Cuando llega un niño o un bebé abordo te arranca el alma y te das cuenta de lo desesperados que tienen que estar en sus países para poner en juego sus vidas y la de sus seres más queridos".

Autor: Edu Sánchez
Foto: Borja Suárez (Reuters)

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