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domingo, 17 de abril de 2011

El negocio del anillo


Para la mayoría de los mortales nombres como los de Isildur, Lothorien, Boromir o Amon Hen sólo pueden sonar a dos cosas: grupos musicales de aspecto terrible o electrodomésticos de dudosa reputación. Sin embargo, para un cada vez más amplio movimiento freak, se trata de algo más que personajes o localizaciones de uno de los fenómenos cinematográficos más destacados de los últimos años: la trilogía de El Señor de los Anillos.

Rodada íntegramente en Nueva Zelanda por el pequeño pero gran director Peter Jackson, a la sazón neozelandés de pura cepa, la citada saga se ha convertido en la mejor promoción publicitaria nunca realizada antes. No en vano, además de servir para levantar la moral nacional tras años de ostracismo (en todos los sentidos), las ganancias que los rodajes dejaron en ambas islas rondaron los 400 millones de euros. Y esa cantidad sólo durante los cinco años en que Jackson y su equipo estuvieron paseándose por todo el país, que se convirtió en improvisado plató y ocupó a cerca de 50.000 de sus habitantes.

Más allá de aquel ventajoso lustro, que amenaza ahora con repetirse con los rodajes de las dos cintas que componen El Hobbit, muchas ciudades continúan hoy haciendo negocio a costa del anillo único. Aunque eso de único habría que cuestionárselo, porque yo lo he visto en una decena de tiendas por estas tierras, e incluso en alguna joyería de la Plaza del Charco del Puerto (bonita localidad de procedencia de mi señora esposa).

Así, se cuentan por miles las opciones que tiene un friki de meterse en la piel de los Frodo, Gandalf y compañía. Hay rutas a pie, a caballo, en helicóptero, 4x4, lancha rápida e incluso en globo, aunque ésta sólo está al alcance de bolsillos como los del propio Peter Jackson (no por grandes, sino por anchos). Las hay también en las que te puedes disfrazar de orco, hobbit o elfo, y también otras que recrean una batalla en la Tierra Media. Todo depende de lo que uno esté dispuesto a gastar o a aguantar, porque hay guías que son incluso más frikis que los propios usuarios.

Ello por no hablar del ‘merchandising’ que rodea a las películas, que por ejemplo ha convertido a la ciudad de Wellington en un pequeño Hollywood, donde ahora se ruedan más de una veintena de series y películas al año (incluso el anuncio del chocolate Milka, y no me pregunten por que). Siendo honesto, y después de haber pisado muchos de los lugares por donde pasó la ‘compañía del anillo’, en ningún otro lugar del planeta se podía haber recreado un mundo tan fascinante como el que presentaba Tolkien en sus novelas.

Yo, que llegué tarde a esto de Mordor, Sauron y demás, no podré entender jamás esa pasión que despiertan los libros del escritor inglés, pero sí que estoy deseando que llegue ya a los cines la primera entrega del inefable Jackson para sentirme como un hobbit en la comarca.





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