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miércoles, 18 de mayo de 2011

Autopista hacia el cielo

Olvidada por el Imperio chino y habitada por unos pocos granjeros y pescadores, Hong Kong poco o nada tenía que ver hace dos siglos con la cosmopolita urbe que es hoy día. Ello se debe, casi exclusivamente, a la intensa actividad comercial generada a raíz de la llegada de los británicos a principios del XIX. Éstos, al igual que hicieran en la India, dejaron su impronta no sólo en el diseño de la ciudad, sino también en las costumbres de buena parte de la población, que sigue teniendo el inglés como lengua oficial.

En 1967, durante la llamada Revolución Cultural, los graves disturbios provocados por los ultraizquierdistas Guardias Rojos de Mao Zedong conmovieron la colonia. Cundió el pánico, pero Hong Kong se mantuvo firme. Finalmente, intervino el primer ministro chino, Chou Enlai, y la provincia pudo seguir concentrándose con tranquilidad en su única especialidad: hacer dinero.

Desde entonces, y aunque ha tenido que superar varias tormentas físicas (incluso existe un frente antitifones) y económicas, así como un mortífero brote del síndrome respiratorio agudo severo (SARS), Hong Kong no ha parado de crecer, hasta el punto de que su Producto Interior Bruto (PIB) se sitúa en la actualidad por encima del 6%.

Pero lejos de las macrocifras económicas (que me he permitido la licencia de tomar prestadas), es difícil no caer en el cliché, el abuso de la adjetivación y los superlativos pretenciosos al intentar describir el perfil de esta apabullante ciudad. Porque ni las palabras ni las fotografías pueden llegar a transmitir la energía que genera esta isla futurista y la increíble topografía natural sobre la que se desarrolló. Por eso, hay que tomar distancia y perspectiva para captarla en conjunto y subir lo más alto que se pueda es la mejor manera de disfrutar de esta sensación tan simple. Eso, si tienes la suerte de gozar de un rato despejado, algo realmente complicado en los últimos años, ya que el 70% de los días hay una persistente y molesta neblina. Ésta se debe al alto índice de humedad existente y, sobre todo, a la contaminación del aire, responsable de más de 15.000 muertes prematuras al año.

Pese a todo, Hong Kong es, en todos los sentidos, un lugar embriagador: espectacular, exótico y accesible. Sus paseos en ferry por Victoria Harbour; la jungla de rascacielos de la isla y el seductor espectáculo luminoso que ofrecen cada noche; sus ‘wet markets’ (llamados así porque el suelo se riega constantemente para eliminar los restos de pescado, fruta y verdura) cargados de olores y sus más de 10.000 restaurantes; sus tranvías e históricos callejones al más puro estilo de Shanghai; sus hoteles de lujo, sus templos ancestrales, las carreras de caballos en Happy Valley. Todo eso y mucho más se llega a palpar en Hong Kong en unas pocas horas. Basta con dejarse llevar por el viento y el agua (Feng shui), los dos elementos de la naturaleza que equilibran el armonioso entorno de esta ciudad de autopistas que pueden llegar hasta el cielo.

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