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lunes, 16 de mayo de 2011

El valor del presente

Aunque pueda parecer una perogrullada, no siempre es fácil vivir única y exclusivamente en el presente. De hecho, los humanos, por esa rara condición que nos viene dada desde que nacemos, gastamos la mayor parte de nuestro tiempo tratando de preveer el futuro. No es el caso de los balineses, esa rara especie de personas que dejan la vida pasar sin más preocupación que el aquí y el ahora.

Para ellos, cualquier acontecimiento que vaya más allá de este momento, simplemente no existe. Desde esta perspectiva, resulta comprensible que en Bali, por ejemplo, la gente no tenga miedo a la muerte, básicamente porque no saben cuándo ni cómo ocurrirá. Además, situaciones a priori tan simples como planificar un viaje o decidir qué almorzarán mañana, no tienen sentido para los nativos de esta isla, donde el tiempo pasa más lentamente de lo normal.

Paradójicamente, esa concepción tan irritantemente realista de la vida, no impide a los balineses dejarse un pastón en ofrendas de todo tipo, que repiten con exasperante frecuencia en todos los rincones del país. Para ello, con cuidado ceremonioso depositan ante la deidad de turno todo tipo de objetos en pequeñas bandejas hechas con hojas de plátano. Su constancia, lejos de ser síntoma de fe, es más bien una cuestión de superchería, una especie de “por si acaso” ante lo que pudiera venir.

Ahora bien, tomárselo sí que se lo toman en serio, y como si del número 13 o el color negro se tratase, sus creencias y supersticiones hacen que, por ejemplo, todos los elementos de metal tengan su festividad, día en la que son bendecidos para que ofrezcan un buen servicio durante el resto del año. Así, como si de una película de Berlanga se tratase, coches, motos, camiones, autobuses y hasta menaje del hogar, es decorado con el objetivo de satisfacer las necesidades del dios correspondiente. Éste, como ya dije anteriormente en este mismo diario, no tiene sexo y puede ser cualquier cosa, por lo que todo es susceptible de ser venerado.

Y es que en Bali lo de las ceremonias es casi un divertimento nacional. No en vano, las hay para todos los gustos: cada luna llena, cada luna nueva, dedicadas a un dios en concreto, como homenaje al dios supremo, etc. No hay que olvidar que los balineses, además del calendario occidental, usan otros dos de ámbito local, por lo que hay festividades de todos los colores. Dichos calendarios, por ende, también indican el día más propicio para sembrar, recolectar, construir un barco, comenzar un viaje y hasta cortarse el pelo.

En esta vorágine de creencias fetichistas, el papel principal lo ocupan los sacerdotes, cuya casta superior tiene ventajas hasta en el supermercado. Elegidos para todo tipo de ceremonias, desde las bodas y bautizos hasta la compra de una casa, sus mujeres sólo pueden ser de clase elevada, aunque los más listos pueden mejorar el rango de su parienta sólo por el mero hecho de convertirla en su esposa. Ésta, además, está capacitada para dirigir eventos sólo por ser quien es, sin necesidad de cursillos y tras unas pocas ‘clases particulares’.

El brahmán, que así se llama el susodicho, está considerado como un dios entre los hombres (o incluso como dioses de dioses), lo que les confiere la potestad de hacer y deshacer deidades según su deseo, puesto que según la tradición eran los señores de la creación y del dharma (la religión). Guardianes del conocimiento, tienen el deber de instruir a las otras dos castas de “nacidos dos veces”, los llamados chatrías (militares políticos) y los vaishias (campesinos y comerciantes), pero jamás deben enseñar a los shudrás (esclavos) y mucho menos a los intocables (los pobres entre los pobres), puesto que ése es un pecado que el rey chatría debe castigar mediante la tortura física. Vamos, un chollo de profesión que además les reporta un buen puñado de rupias. Como para no pensar sólo en el presente…

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