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domingo, 19 de junio de 2011

‘Check points’

Ubicada en pleno corazón del sudeste asiático, Camboya comparte un paso fronterizo con Laos, seis con Tailandia y ocho con Vietnam. A excepción del tailandés de Prasat Vihear, vedado a los extranjeros (porque las balas caen como rosquillas), en todos ellos pueden obtenerse visados de entrada sin demasiados problemas. De hecho, la mayoría de agencias de viajes y compañías de transporte que trabajan en la zona te facilitan todo lo necesario –previo generoso pago- para poder desplazarte con relativa comodidad por los cuatro países.

Sin embargo, hablar de fronteras en Asia es ir mucho más allá de un par de agentes de aduanas en el aeropuerto. Porque en esto, como en muchas otras cosas, esta parte del planeta funciona de una manera muy singular. En términos generales, no hay por qué alarmarse, porque la globalidad de la hablaba Mcluhan también se deja notar en esto del tránsito de personas. Pero sí es cierto que, con un poco de mala suerte, uno puede llegar a vivir episodios propios de una película de Buñuel.

Porque, por ejemplo, en los check points marítimos y terrestres hay quien trata de hacer su agosto a costa de los turistas. Así, además de inflar los precios establecidos de los visados (de entrada y salida), hay quien te exige dinero hasta por dejarte usar el bolígrafo. Y es que en Asia se paga por todo, y continuamente. Por eso, a la hora de hacer las maletas es bueno destinar parte del presupuesto a lo que comúnmente llamamos sobornos, esas pequeñas extorsiones ante las que los gobiernos de turno poco o nada pueden hacer.

En Camboya, pese a todo, estos ‘impuestos turísticos’ son bastante más asequibles que en Tailandia o Laos, donde no sólo hay que bregar contra los oficiales de aduanas, sino también contra organizadas redes de estafadores profesionales que monopolizan todos los servicios básicos (restaurantes, casas de cambio, tiendas de souvernirs, etc) en cien kilómetros a la redonda.

Para los viajeros avezados, los check points asiáticos pueden llegar a resultar de lo más entretenido. Básicamente, porque en nada se parecen a lo que uno está acostumbrado a ver por Europa, donde la libre circulación impide que haya restricciones de algún tipo. Todo lo contrario que aquí, donde una gorra mal puesta, una cara sin afeitar o unos pantalones demasiado cortos pueden jugarte una mala pasada. Porque si el funcionario de turno, casi siempre regordete y sin muchas ganas de trabajar, no duda en exigir unos dólares de más con la excusa de alguna nueva normativa inventada por él mismo o por una supuesta tasa recién aprobada que siempre es mejor abonar.

La experiencia, no obstante, no llega a ser en esta zona del mundo tan excitante como en Sudamérica o en Estados Unidos, donde a uno lo dejan en pelotas por menos de un pimiento. Y eso por no hablar de países como Israel o China, en los que cualquier turista es susceptible de convertirse en terrorista internacional a poco que el guardia de turno haya tenido una mala noche. En esos casos, mejor no ponerse chulito y encomendarse a todos los santos, y si es posible canturrear algo de flamenco, porque es lo único por lo que se conoce a los españoles en cualquier frontera del mundo.


Nota: La primera foto pertenece al paso fronterizo marítimo de Kaam Sammon, entre Phnom Penh y Chau Doc, mientras que la segunda corresponde al check point terrestre de Moc Bai, entre Saigon y Phnom Penh.


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