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viernes, 14 de diciembre de 2012

Cenas y cenas

Parece mentira, pero ya ha pasado un año. Las luces iluminan la llegada de la Navidad. Los centros comerciales abren los domingos. En la televisión la publicidad gana peso sobre el resto de programas y los supermercados exponen en zonas preferentes los turrones y polvorones. Sin embargo, la época festiva en la que nos sumergimos cuando llega diciembre no sería lo mismo sin esos encuentros tan entrañables que son las comidas/cenas de empresa. Aunque la demagogia invita a decir que la crisis permite cada vez menos dispendios, lo cierto es que todavía son mayoría los empresarios que siguen agasajando a sus adláteres con este tipo de eventos. También los hay, no obstante, que se pagan de su bolsillo los banquetes, pero no viene al caso citarlos, porque para pagarse la cena y salir de fiesta con los compañeros de trabajo no hace falta que Papá Noel esté en los escaparates. Volviendo a las arquetípicas cenas de empresa, las hay para todos los gustos. Pobres, ricas, pantagruélicas, de autor, simples o compuestas. Todo depende de lo que esté dispuesto a aflojar el caciquillo de turno; o, en su defecto, lo que estén dispuestos a soportar los sufridos proletarios.

El objetivo de todas ellas, sin excepción, es el mismo: salir del hastío rutinario y echarse unas risas a costa de los chistes del jefe o del escotazo de la chica de administración. Luego, si la cosa se da bien y se logra pasar desapercibido, lo mismo hasta terminas la noche con aquel compañero/a con la que siempre tuviste algo más que afinidad. El resto, mientras, tendrá que conformarse con aguantar estoicamente los discursos de rigor, recibirá el sucedáneo de cesta o presente navideño y se tomará un par de copas con los mismos a los que cada día ve enfrente o al lado. Al día siguiente, si la resaca se lo permite, la mayor parte de la tropa de a pie tendrá que soportar las anécdotas del enterado de turno, que aunque no se haya comido una rosca siempre tendrá algo que contar.

El jefe, por su parte, volverá a gobernar desde su trono inaccesible, el mismo sobre el que se elevó horas antes con la corbata anudada en la cabeza. Los números darán paso de nuevo a los villancicos, y los resultados ya no serán los del partido de fútbol del domingo, sino los de los balances de cierre del año. Los compañeros y amigos -con excepciones, no sea que alguien se dé por aludido- serán otra vez apátridas colegas de cubículo. Porque la verdadera Navidad, en lo que a comidas y cenas se refiere, empieza la noche del 24. Será entonces cuando, al calor del hogar y con la complicidad sin condiciones que ofrece una madre, un padre o un hermano, se festeje que ha caído un año más, a pesar de la crisis. En casa quizá no habrá cava ni jamón de dudosa procedencia, pero tampoco nadie te recordará que, cuando acabe la celebración laboral de todos los años -y que dure- volverás al anonimato del que quizá nunca debiste salir.                                                                      

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