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viernes, 4 de enero de 2013

Un país de pandereta

Las navidades van llegando a su fin. Sólo los Reyes Magos faltan por desfilar en unas fechas que cada vez son menos festivas, al menos para la mayoría. Cuando los pequeños terminen de abrir sus juguetes y los luzcan luego orgullosos en el colegio, para medio país regresarán las rutinas y los hastíos. En esta ocasión, además, la depresión posvacacional llegará aderezada de recortes, subida de impuestos y medidas contra una crisis que, de tanto nombrarla, ha perdido incluso el significado que le da el diccionario. Bien es cierto que la Real Academia Española tampoco es hoy como antaño, porque ha perdido solemnidad para una sociedad en la que ahora reinan el whatsapp y el twitter, donde los caracteres no permiten las concreciones ortográficas que serían deseables. Pero, volvamos al final de las navidades.

Hasta Mariano Rajoy, en su última intervención de 2012, reconoció que el futuro no es halagüeño. De brotes verdes, nada de nada; y para encontrarlos a corto plazo la única opción será viajar hasta alguna huerta cercana. En la economía, afirman los expertos -propios y ajenos- los números seguirán siendo rojos, y España y sus autonomías tendrán que hacer malabares para cuadrar unas cuentas dictadas desde Bruselas y Berlín. Hasta allí, precisamente, seguirán marchando este año cientos de jóvenes que buscarán en el imperio teutón la misma fortuna que ansiaban sus abuelos, que allá por los años 50 y 60 coparon las fábricas germanas y contribuyeron a desarrollar lo que es hoy el excelso reino de Angela Merkel. Y es que la historia, como los pantalones de campana y las camisas de cuadros, es cíclica y siempre vuelve al pasado.

Por eso, no debe resultar raro ver cómo se marchan miles de españolitos de a pie, por las mismas razones que un día se fueron hasta Argentina los gallegos o a Venezuela los canarios. Mientras, aquí se quedarán los asesores, gerentes, personal de confianza y carguillos de tres al cuarto, que de recortes y ajustes no entienden mucho. Para ellos, después de la Nochebuena, el Año Nuevo y los Reyes vendrán los días de asuntos propios en alguna estación de esquí. Luego, con la primavera, seguro que cae algún viajecito a París, Londres o Lisboa, destinos asequibles para sus henchidos bolsillos.

El verano, con o sin paga extra, será todavía más movido, porque además de la semanita en Fuerteventura igual les da para un crucerito por los fiordos. En otoño, en cambio, a lo mejor hasta justifican su sueldo algún día, por aquello de hacer piña y dejar su impronta en un país que no les debe nada ni se siente orgulloso de ellos. Así llegarán al próximo invierno, cuando volverán a poner con ilusión el árbol y el belén. Sus salarios de alto standing, logrados sin estrés ni esfuerzo, los llevarán en volandas hasta otra Navidad, la misma a la que aspiran llegar muchos a los que ni ahora ni luego les quedarán ganas para tocar la pandereta.                                                                       

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