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viernes, 21 de junio de 2013

Córdoba

Encuentro de tres culturas y ciudad Patrimonio de la Humanidad, Córdoba es la fuente de la que brotaron muchos de los conocimientos explorados luego por la ciencia y la cultura contemporáneas. No en vano, la capital de los califas vio nacer a pensadores como Séneca y Góngora, y acunó a médicos de la talla de Averroes o Avicena. Por sus patios y callejuelas se despliegan siglos de tradición y nobleza, pero también pasajes de intrigas y desencuentros, que incluso llegaron a cimentar uno de los edificios más imponentes que existen, la Gran Mezquita ubicada al pie del Guadalquivir. Entre sus columnas, allá donde acaba la parte visigótica, aparece como por arte de magia uno de los símbolos de la lucha de los omeyas contra los abasidas, el mihrab construido por Al-Hakam II, el único levantado de espaldas a la Meca.

Su posición, que aún hoy genera admiración y estupor entre los musulmanes, responde a los deseos de toda una generación de protestar contra una cruel matanza que enfrentó a dos pueblos hermanos, que marcó a sangre y fuego a hombres, mujeres y niños. Estos, diez siglos después, siguen asistiendo a la sinrazón humana en el mismo lugar donde se asentaron sus antepasados. Esta vez, el presunto asesino se sienta en el banquillo de un juzgado, con la misma mirada perdida con la afrontaban su destino los infieles. Su escarnio público, como el de Abderramán I, lo condenó antes incluso de que se pronuncie el veredicto. El que fuera luego primer califa omeya, el mismo que resurgió para fundar la capital del mundo árabe, asistiría hoy con perplejidad al juicio de José Bretón, el padre de Ruth y José, los dos menores desaparecidos en Córdoba.

A ambos la mayoría los da por muertos, aunque nadie ha podido probarlo. Su padre, indolente, sigue afirmando que están vivos, y que su único pecado fue perderlos mientras jugaban en un parque. Solo él sabe qué pasó en realidad aquel día, y quizá se lleve el secreto a la celda o a la tumba. Sus contradicciones y miedos, sus reproches y mentiras, han avivado la llama mediática de un juicio paralelo del que somos espectadores impávidos. Mientras, en la lejanía, se divisa una familia rota por el dolor y la incertidumbre. Y en el horizonte, difuminada por la tragedia, aparece la ciudad que vio crecer a esos niños, que no merece ser el epicentro de un drama de impredecibles consecuencias.                        
              

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