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jueves, 18 de julio de 2013

El sueño de Silvana

Esther juega indiferente mientras su madre, Silvana, la observa de reojo mientras pasa las páginas de un libro acomodada en el sofá del salón. Como su hija, inocente, nunca pensó en lo que le depararía el destino. Su presente siempre había estado marcado por el sol y la luz que confieren aspecto de paraíso a su Curitiba natal. Junto a su pareja, hace ahora ocho años, decidió embarcarse en un trayecto incierto que la debía asentar plácidamente en lo que otros muchos inmigrantes como ella denominan El Dorado europeo. Debía ser una estancia corta, apenas un año, tiempo más que suficiente para lograr un dinero con el que volver a Brasil para vivir algo más desahogados.

Nada más lejos de la realidad. Porque lo que nació como un sueño acabó tornándose pesadilla, un recorrido lleno de obstáculos que aun hoy continúa sorteando. Por el camino, Silvana y su actual marido fueron aprendiendo que los cuentos de hadas sólo habitan en los libros, porque España no es aquel lugar donde crecían las oportunidades y la gente amasaba fortunas casi por casualidad. De hecho, ni su formación en Psicología ni su capacidad para los idiomas impidieron que acabara trabajando en una finca, una pastelería o una empresa de limpieza. En medio, un breve periplo por la Península hasta acabar en Tenerife, a donde la pareja arribó una calurosa tarde de agosto del año 2005.

Su relato, uno más entre los de cientos de inmigrantes que partieron de sus hogares en busca de un futuro mejor, se habría escrito de otra forma de no haber sido por la ayuda y el apoyo que le prestaron los técnicos y voluntarios de Cruz Roja, a quien Silvana no duda en calificar como sus ‘ángeles de la guarda’. Sin ellos, todavía hoy tendría serios problemas para expresarse en español, idioma que aprendió gracias a uno de los muchos cursos que la entidad ofrece a los extranjeros. Estos, como Silvana, se han visto obligados a volver a sus países de origen, azotados por el fantasma de la crisis, que ha golpeado con crudeza al colectivo inmigrante radicado en el Archipiélago.

Silvana, como tantos otros, perdió su trabajo en 2011, aquel que tanto esfuerzo le había costado conseguir, justo cuando Esther empezaba a dar sus primeros pasos. Sin dudarlo, como tantas otras veces, acudió a Cruz Roja, que le volvió a abrir sus puertas y la ayudó a superar uno de los momentos más delicados desde que llegó a nuestro país. Así, merced a los muchos programas de formación e inserción sociolaboral que lleva a cabo la Institución, aprendió a elaborar un currículum vitae, se interesó por cómo afrontar una entrevista de trabajo, logró convalidar su titulación y, finalmente, halló lo que tanto andaba buscando, un empleo con el que poder subsistir a miles de kilómetros de casa.

Auxiliada por los responsables del programa de inclusión e inserción laboral de Cruz Roja, Silvana fue integrándose en la gran familia de la organización, y ahora no descarta incluso ayudar a otros inmigrantes como ella, que acuden cada día a la entidad en busca de una mano amiga. Como ella misma relata, “cuando peor estás, en Cruz Roja encuentras una tabla de salvación a la que aferrarte”. Y es que, con la perspectiva que da el tiempo, nuestra protagonista tiene claro que todavía existen muchas barreras para los inmigrantes, muros difíciles de derribar cuando uno está solo y sin recursos.

Del anonimato y la desesperanza, Silvana ha pasado a ser un ejemplo para todos los que buscan en Cruz Roja el timón al que sujetarse en las noches de mar picada y tormenta. Hoy, en cambio, la tarde es seca y cálida. La ventana, entreabierta, permite que corra la brisa. Esther sigue jugando indiferente al relato que acaba de reescribir su madre. Quizá un día vuelvan a Brasil, donde aguarda la familia, donde quedaron todos esos sueños que tanto ha costado cumplir. Quizá entonces, desde la distancia, alguien pregunte por la vida en España, y Silvana recuerde cómo alguien le tendió la mano y la ayudó a seguir escribiendo capítulos en la historia de su vida.

Nota: este artículo ha sido utilizado por Cruz Roja para ilustrar la campaña 'En realidad, no tiene gracia', puesta en marcha por la Institución en la provincia de Santa Cruz de Tenerife

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