Estadísticas

Buscar este blog

lunes, 2 de marzo de 2015

Gustos y Oscars



No me considero un cinéfilo empedernido, ni soy un experto en el mundo del celuloide, pero sí reconozco una película que atrae desde el inicio hasta los créditos, y sé darle el mérito que merecen aquellas producciones de bajo presupuesto y actores modestos que tratan de hacerse un hueco entre las cintas millonarias protagonizadas por superestrellas. Sirva esta aclaración inicial que me veo en la obligación de hacer -no vaya a ser que me caigan palos por todos lados-, para dedicar unas líneas en este mi modesto espacio al acontecimiento más importante del año para la gran pantalla, como son los Óscars. Al igual que ocurre en España con los premios Goya, nunca he entendido -porque soy muy torpe- cómo se valora una película no sólo para estar entre las elegidas y candidatas, sino para recibir no una sino varias estatuillas. 

En el caso de la Academia americana, no puedo siquiera opinar de forma fundada, porque ni conozco a los miembros que componen el amplio jurado que otorga los galardones. En España, mi desconocimiento al respecto es similar, pero tampoco me inspira demasiada confianza una Academia que ha estado presidida por cinco personas diferentes en los últimos cinco años. Eso por no hablar del matiz político, comercial y empresarial que rodea a una industria tan vasta que da de comer a millones de personas en todo el mundo. Lo que sí tengo clarísimo, y en eso nadie me va a convencer por mucho que lo intente, es que el cine, como cualquier otro ámbito cultural, depende casi exclusivamente del gusto del que mira, observa, escucha, atiende y, en este caso, se molesta en pagar una entrada cada vez más cara. Por eso, no me extraña que, por ejemplo, películas como Ciudadano Kane, Qué bello es vivir, El color púrpura, Fargo o La vida es bella no lograran el premio a la mejor cinta del año en sus respectivas ediciones, cuando el público, que para mí es el único realmente soberano, las había aclamado como favoritas.

Es cierto que todas ellas, como otras muchas que pasaron sin pena ni gloria por la alfombra roja, recibieron distinciones bastante más serias que los ampulosos Óscars, como ha ocurrido a lo largo de la historia con actores como Peter O’Toole, Richard Burton, Cary Grant, Kirk Douglas, Groucho Marx, Orson Wells (obviado también como director por la Academia) y el mismísimo Charles Chaplin, al que tuvieron que dar un premio honorífico a regañadientes porque su trayectoria pesaba casi tanto como la de media industria norteamericana. En España, como han puesto de manifiesto las últimas ediciones de los Goya, los premios vuelven a cumplir más con lo políticamente correcto que con la realidad de las cintas que se presentaban. Y qué decir de los actores y directores a los que todavía no se les ha dado el reconocimiento que creo merecen. Un ejemplo singular y reciente lo encarnan Javier Cámara y David Trueba, que suman 17 nominaciones entre los dos y ninguna estatuilla. Ambos personifican la particular idiosincrasia que tienen los premios, no sólo en el cine, también en muchas otras facetas artísticas, como la literatura, el teatro o la pintura. Y si no, que le pregunten a Van Gogh, cuyas obras son hoy lujos al alcance de muy pocos bolsillos, a pesar de que para él no eran más que girasoles, paisajes y retratos concebidos en medio de terribles ensoñaciones. 

No hay comentarios: