Ya está. Se acabó. El rebaño ya está de nuevo en el
establo. Parecía complicado que después de los múltiples caminos que habían
seguido los pastores, y la cantidad de piedras que ellos mismos han ido
dejando, las ovejas pudieran responder de la forma que lo han hecho. Bien es
cierto que ha habido, como siempre habrá, ovejas y ovejas. En Valencia, por
ejemplo, los corderos no han aguantado más y se han convertido en lobos,
devorando no solo a los pastorcillos, incluso a los terratenientes que parecían
inmortales. Algo parecido ha ocurrido en las dos principales fincas del país,
Madrid y Barcelona, donde los borregos que parecían adoctrinados y dormidos
desde hace décadas, se han levantado como en la novela satírica de George
Orwell y han puesto patas arriba la granja. Está por ver, sin embargo, si los
boyeros populares y catalanistas que han comandado los rebaños con fusta y mano
de hierro dan el obligado paso al costado o continúan aferrándose al cercado
como las garrapatas a la piel.
En Andalucía, mientras, el campo sigue abonado
para que churras y merinas sigan pastando sin echar cuentas de que los pastores
han estado más preocupados de otros negocios que de cuidarlas, e incluso se han
beneficiado de lo que producían para marcharse de vacaciones, comprarse fincas
o asegurar las jubilaciones de quienes no dieron un palo al agua en su vida. Y
si paradójico es el caso andaluz, aquella tierra de proletarios y siesta de la
que hablaban Machado y Lorca, lo de Canarias también es para que muchos se lo
hagan mirar. A pesar de que han aparecido nuevas especies bovinas en el pesebre
–algunas son parecidas a las que había pero con distintos cencerros-, lo cierto
es que han vuelto a triunfar –o eso dicen ellos- los mismos cabreros
nacionalistas a los que les da lo mismo una cabra majorera que un ovino gomero.
Las ovejas, pese a todo, han decidido seguir la senda marcada por los perros
para evitar disgustar a los pastores, no vaya a ser que se enfaden y las
castiguen sin salir a rumiar durante una semana. Luego, eso sí, cuando todas se
junten en el pasto, mientras siguen devorando la misma hierba de siempre,
balarán sin cesar por la oportunidad que perdieron, por no haber sabido escoger
bien quién las dirigirá los próximos cuatro años; quién será el ovejero que
realmente se preocupa por darles el mejor pienso y el menos dañiño, aquel que
más se parece al que consumen otras ovejas de otros campos y otras latitudes.
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