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lunes, 15 de febrero de 2016

Cada cosa en su lugar

Lleva España dos meses dándole vueltas al nuevo Gobierno, entre otras cosas porque ningún partido logró la mayoría absoluta en las últimas elecciones. Algo que, en mi modesta opinión, fue una buena noticia para el sistema, que ha visto cómo unos y otros (PP y PSOE, fundamentalmente) gobernaban a golpe de decreto sin posibilidad de réplica. Sin embargo, lo que debería haber sido algo saludable para el sistema, como es la posibilidad de que varios partidos alcancen acuerdos puntuales sobre distintas materias, se ha convertido en una epopeya más complicada de resolver que las hazañas de Tom Cruise en aquella película que define a la perfección lo que ocurrirá en España, donde construir un pacto parece ser Misión imposible. Porque, por desgracia para este bendito país, la mayor parte de los políticos que nos gobiernan (y nos gobernaron) son unos dictadores egoístas que solo miran hacia su propio ombligo. Es verdad que hay excepciones, pocas, que trabajan a conciencia para aquellos que los eligieron, con el único objetivo de tratar de resolver los problemas que de verdad preocupan a la gente, como son la educación, la sanidad y el empleo.

Pero la gran mayoría, siglas y colores aparte, solo buscan un poco de notoriedad, algunas portadas y fotos en los periódicos y la posibilidad de asegurarse unos buenos sueldos y una pensión que les permita vivir con soltura el resto de sus vidas. Dentro de ese amplio grupo de vividores, los hay que van un paso más allá, y aprovechan sus privilegios y posiciones para lucrarse a costa de presupuestos públicos y dinero del prójimo. Así, en muchos pueblos y ciudades de España hay prostíbulos y concesionarios de coches que hacen su agosto cada quince días; ello por no hablar de las cuentas en Suiza o Andorra, cuyos sucursales libres de control que antes parecían al alcance de unos pocos, ahora se han convertido en las cajas rurales de todos estos ladrones. Mientras todo eso ocurre, los medios de comunicación duermen el sueño de los justos, obnubilados por las subvenciones y las consignas del patrón, preocupado únicamente de situarse en buen lugar cuando hay que hacerse la instantánea junto al político de turno.

Para este y sus amiguetes siempre habrá dinero fresco en la cuenta corriente del empresario, la misma mísera caja que paga los sueldos de los muertos de hambre. Estos se seguirán quejando en la barra del bar (y ahora también en las redes sociales) de aquellos que los pisotean sin mirar hacia atrás. Pero luego, cuando el bar cierra y se apagan las luces de la madrugada, todo vuelve a su lugar, los políticos a sus mansiones y sus bañeras con agua caliente y los pobres a sus casas hipotecadas sin calefacción. Sigan bailando….

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