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miércoles, 23 de marzo de 2016

“El gurú decidía hasta cuándo podíamos tener relaciones sexuales”


Promesas de curación, de éxito o de crecimiento personal, que acaban atrapando a los pacientes. Así se escribe la historia de Elena –nombre ficticio dado para preservar su intimidad-, una tinerfeña de 40 años que pasó 9 en un grupo supuestamente terapéutico que controla un conocido kinesiólogo y naturópata madrileño. Investigado por la Guardia Civil y expulsado de la Sociedad Española de Kinesiología por mala praxis, este predicador del siglo XXI llegó a controlar por completo la vida de Elena, a la que a punto estuvo de separar para siempre de su familia.

Su odisea comenzó como otras muchas parecidas, en la consulta de un profesional al que acudió para resolver unos problemas personales “no excesivamente graves”. “Pasaba consulta en Madrid, y fui por referencias de amigos míos a los que les había ido bien. Empecé yendo inicialmente con mi pareja, y al principio no notamos nada extraño, más allá de que se trataba de una terapia diferente a lo que esperábamos”, expone Elena, que en ningún momento fue consciente de lo que sucedería luego. Y es que, aprovechándose de su baja autoestima y sus preocupaciones, el citado terapeuta condujo a Elena por su peculiar forma de ver la realidad, condicionando con ello su forma de pensar. “Me generó muchísima dependencia, porque además la terapia nunca tenía un fin”, agrega la tinerfeña, que llegó a convencer a amigos y familiares para que acudieran a los encuentros organizados por este sujeto. “Poco a poco se fue introduciendo en mi entorno, pero yo me sentía bien y segura, porque me había convencido de que podía alcanzar la felicidad plena, que podía entregarme a los demás y apoyarme en el grupo”.


En resumen, hizo creer a Elena que era capaz de conseguir todo lo que se propusiera. La realidad, no obstante, distaba mucho de ese mundo idílico que presentaba en su consulta este personaje, que animado por su discípula incluso se desplazó en varias ocasiones a Tenerife para realizar seminarios intensivos y también pasó consulta en un piso en el Puerto de la Cruz. “Me fue separando de la familia y creando unos vínculos muy fuertes con él; además, criminalizó a mis padres y mi marido, para que solo pudiera refugiarme en el grupo, con el que cada vez pasaba más tiempo”, expone Elena, que reconoce que nunca sintió que estuviera en una secta, porque “el discurso se basaba en que todos éramos iguales, que estábamos allí voluntariamente y que no había un líder, sino que él tenía un liderato espiritual que le daba su experiencia vital”. Tras las consultas y terapias grupales llegaron los rituales de purificación y las peticiones de dinero para fines comunitarios. “Hubo gente que puso 25.000 euros, y aunque teníamos una comunidad de bienes, los estatutos le daban plenos poderes a él”, denota Elena, que se mudó a Madrid para estar más cerca del gurú y su grupo. “Tenía un control absoluto de nuestras vidas, hasta el punto de que ninguno éramos capaces de decidir nada sin consultarlo con él, incluso cuándo podíamos tener relaciones sexuales con nuestras parejas. Al final, acabas enfrentándote con todo el mundo, porque piensas que todos están contra ti”, concluye.

La familia, clave para encontrar el “camino de vuelta a la realidad”
Jaime, el marido de Elena, fue el primero en darse cuenta de que algo grave ocurría. Tras mudarse a Madrid, su mujer intensificó la relación con el grupo, y además de las citas individuales de terapia, asistía a encuentros colectivos y pasaba la mayor parte de sus fines de semana en una finca donde se reunían los miembros de la comunidad. Preocupado por el alejamiento voluntario de su pareja, Jaime acudió a la Red de Prevención del Sectarismo y del Abuso de Debilidad (RedUne), donde se informó sobre las actividades de estos grupos y pidió ayuda para ella.

“Cuando el grupo se enteró, empecé a recibir presiones para que dejara a mi marido, pero nunca lo hice”, explica la tinerfeña, que además recibió el apoyo profesional del psicólogo clínico y psicoterapeuta catalán Miguel Perlado, uno de los mayores expertos nacionales en el fenómeno sectario. Este le recomendó una terapia familiar de choque, que encabezó una tía de Elena, con la que ella tenía una especial confianza. “La salida del grupo fue muy dura, porque me humillaron y me vejaron, tratándome de convencer de que era un error y poniéndome en contra de mi familia. Fue como tener un síndrome de abstinencia”, insiste Elena, que confiesa que lo más duro fue “cambiar la forma de ver la realidad que me habían mostrado”. El grupo y su gurú, a pesar de contar con numerosas denuncias, continúa operando con impunidad, a la caza de nuevos fieles a los que adoctrinar.

http://diariodeavisos.elespanol.com/2016/03/grupos-coercitivos-sectas-operan-sin-control-canarias/


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